Ahora que han arrancado los trabajos de la fase diocesana del Sínodo de los Obispos, el Señor nos hace contemplar a una Iglesia viva, con deseos grandes de anunciar el Evangelio. Todos los cristianos, personalmente y como comunidad, estamos llamados a vivir y a realizar una salida misionera. El profeta Isaías nos recuerda esto: «La estirpe de mi pueblo será célebre entre las naciones». El nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia de Jesucristo que camina en esta tierra, quiere seguir siendo célebre y no se cierra en sí misma; todos sus miembros desean salir de la propia comodidad y quieren llegar a todos los lugares y rincones de la existencia humana para llevar la luz del Evangelio. Aquí encontramos la alegría del Evangelio: en la misión. Nuestra alegría es una alegría misionera y la vivimos con dos dinamismos: en la dinámica del éxodo, de salir siempre de nosotros mismos, y en la dinámica del don, que se traduce en caminar siempre de nuevo, en ir más allá.
Hermanos, «somos estirpe del Pueblo de Dios», hemos aprendido del Señor y seguimos haciéndolo, involucrándonos con obras y palabras, con gestos y gestas creíbles para los hombres. Necesitamos avanzar en el camino de la conversión pastoral y misionera. El Concilio Vaticano II nos dijo qué es la conversión eclesial: es la apertura a una permanente reforma de la Iglesia, por fidelidad a Jesucristo. Él nos llama a una perenne reforma. Como señaló el Papa san Juan Pablo II, «toda renovación en el seno de la Iglesia, debe tender a la misión como objetivo para no caer presa de una especie de introversión eclesial» (EiO, 19). Y el Papa Francisco nos ha dicho que sueña «con una opción misionera, capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda la estructura eclesial se conviertan en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual, más que para la autopreservación (conservarse a sí misma)» (EG 27).
Para vivir en la dinámica del éxodo y del don tenemos tres tareas que la Virgen María, a quien en Madrid honraremos en muy pocos días bajo la advocación de Santa María la Real de la Almudena, nos enseña a realizar:
1. Vivamos en la alegría del Evangelio como María. A Ella le pedimos que nos dé su identidad profunda. Le pedimos que interceda por nosotros para que tengamos en nuestra vida el contenido que Ella tuvo y regaló. Ella escuchó el «alégrate llena de gracia», que es lo mismo que decir «alégrate porque estás llena de Dios. Dios ha rebosado de sí mismo tu vida, para que regales a los hombres su vida misma». En una época de tantos vacíos e incertidumbres, acerquémonos a los demás como Santa María Madre de Dios. María es una maestra, que supo acoger a la Vida y llevar vida a los demás.
2. Vivamos sabiéndonos hijos de Dios y hermanos de todos los hombres. Descubramos lo que significa en nuestras vidas el título de hijo de Dios. Como os he recordado en no pocas ocasiones, si somos hijos de Dios, también somos hermanos de todos los hombres. María, haznos descubrir que el hijo es aquel que se deja conducir por Dios con todas las consecuencias. Jesucristo se dejó conducir por el Padre. María se dejó conducir por Dios: «Hágase en mí según tu Palabra». Dejémonos conducir por Dios nosotros y que, en María, encontremos la dicha de vivir con hondura aquellas palabras de Jesús: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados que yo os aliviaré» (Mt 11, 28).
3. Vivamos en la verdad sobre el hombre. En las bodas de Caná no había lo necesario para hacer la fiesta; faltaba el vino y fue María quien dijo: «Haced lo que Él os diga». La Virgen María nos muestra la importancia del cuidado y del encuentro. Como tantas veces ha remarcado el Papa Francisco a lo largo de su pontificado, ahora que la fraternidad parece herida, nuestro mundo, la realidad concreta en la que vivimos, también necesitan del encuentro y el cuidado. Hemos de aprender a acercarnos a los demás, a estar junto a los hombres, a acompañarlos, aunque tengamos que hacer largos caminos y atravesar regiones montañosas como María.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos, Cardenal Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid